Un golpe de estado es a lo que estamos
asistiendo los ciudadanos de este país. Llegaron al poder a base de
mentiras y silencios chirriantes, protegidos por una ley electoral
injusta, que flacos favores ha hecho a la democracia. Todo ello bajo
el amparo de la dictadura del capital, los llamados mercados,
asesinos de la soberanía nacional. Me
irrita profundamente ser un protectorado alemán, mientras la führer
nos impone su doctrina y enfocamos cada vez más de cerca el abismo
de la precariedad laboral, la privatización y la amputación de
derechos básicos. Me cabrea que los grandes defraudadores sean
amnistiados, mientras se persigue y criminaliza al que defrauda para
llegar a fin de mes. Me enerva que fusilen la sanidad y la educación
públicas, mientras mantienen los presupuestos de instituciones
arcaicas como la iglesia y la monarquía, u otras menos necesarias
como el ejército. Es extremadamente insultante para la ciudadanía
la cadencia de falsedades vomitadas día tras día por el ejecutivo,
acompasadas por un despotismo impropio de políticos decentes. Pero
lo que de verdad me rebasa es la indiferencia de la masa, que,
ojipláctica, fija sus pupilas en los televisores mientras repite la
última estupidez catódica, grita
y se enfurece con partidos de fútbol irrelevantes en la practicidad
de sus vidas y se resigna mientras todos cacarean a coro ''Es
necesario''. Cuando reflexiono e intento otear un futuro, el
horizonte se tiñe de negro. Las piedras del camino deberán ser
armas arrojadizas. Seguramente muchos me tilden de radical y
violento, pero violencia es cobrar 400 €, violencia es no poder
pagarse una educación o una sanidad dignas. Los violentos son los
que, asistidos por las rígidas tenazas de la burocracia, ahogan a
las clases trabajadoras. Sus sonrisas revientan en mi interior, y es
rabia lo que están sembrando.
jueves, 19 de abril de 2012
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