jueves, 19 de abril de 2012

Golpistas.


Un golpe de estado es a lo que estamos asistiendo los ciudadanos de este país. Llegaron al poder a base de mentiras y silencios chirriantes, protegidos por una ley electoral injusta, que flacos favores ha hecho a la democracia. Todo ello bajo el amparo de la dictadura del capital, los llamados mercados, asesinos de la soberanía nacional. Me irrita profundamente ser un protectorado alemán, mientras la führer nos impone su doctrina y enfocamos cada vez más de cerca el abismo de la precariedad laboral, la privatización y la amputación de derechos básicos. Me cabrea que los grandes defraudadores sean amnistiados, mientras se persigue y criminaliza al que defrauda para llegar a fin de mes. Me enerva que fusilen la sanidad y la educación públicas, mientras mantienen los presupuestos de instituciones arcaicas como la iglesia y la monarquía, u otras menos necesarias como el ejército. Es extremadamente insultante para la ciudadanía la cadencia de falsedades vomitadas día tras día por el ejecutivo, acompasadas por un despotismo impropio de políticos decentes. Pero lo que de verdad me rebasa es la indiferencia de la masa, que, ojipláctica, fija sus pupilas en los televisores mientras repite la última estupidez catódica, grita y se enfurece con partidos de fútbol irrelevantes en la practicidad de sus vidas y se resigna mientras todos cacarean a coro ''Es necesario''. Cuando reflexiono e intento otear un futuro, el horizonte se tiñe de negro. Las piedras del camino deberán ser armas arrojadizas. Seguramente muchos me tilden de radical y violento, pero violencia es cobrar 400 €, violencia es no poder pagarse una educación o una sanidad dignas. Los violentos son los que, asistidos por las rígidas tenazas de la burocracia, ahogan a las clases trabajadoras. Sus sonrisas revientan en mi interior, y es rabia lo que están sembrando.